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Mario Hertig

Un espacio para reflexiones

miércoles, 8 de diciembre de 2010

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El Espíritu Navideño (Diciembre)
Cuando comenzó el siglo XXI (Octubre)
Redistribución de las rentas (Agosto)
Jubilaciones II (Agosto)
De capítulos y versículos (Agosto)
Reflexiones sobre el matrimonio (Julio)
Revolución o Evolución (Mayo)
Jubilaciones (Mayo)
Derechas e izquierdas. (Mayo)
Una propuesta para el tránsito de
Lomas de Zamora. (Abril)
El mensaje de las Tres Cruces. (Abril)
Fracciones periódicas recíprocas. (Abril)
Radiografía del cero. (Marzo)
División por 7 y 49. (Marzo)

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El Espíritu Navideño

Cuando llegaba Nochebuena nuestra madre, siguiendo una costumbre europea que aun no había llegado a nuestro país, preparaba el arbolito de Navidad con sus pequeñas velas encendidas, el pesebre y los juguetes que traía Papá Noel y nos leía la porción de Lucas 2, 8-14 en la Biblia Reina-Valera, Fue nuestro primer contacto con la Biblia.

La Biblia Reina Valera tiene un lenguaje especial, casi diríamos musical que más que castellano antiguo o castizo, llamaríamos bíblico. Quienes iniciaron sus lecturas bíblicas con la versión Reina-Valera muchas veces la añoran, como cuando leen el pasaje citado que finaliza con el versículo 14 que dice: Gloria en las alturas a Dios, en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres.

Años después en un viaje pasamos junto a un monumento a Jesús que tenía en su base la inscripción “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” Pensamos que se trataba de una mala transcripción, pero verificamos que así decía la Biblia católica. Mas tarde notamos que una traducción equivalente adoptaba la versión Dios Habla Hoy y lo mismo encontramos en una vieja Biblia francesa. En cambio en una antigua Biblia inglesa encontramos una traducción equivalente a Reina-Valera. Finalmente buscamos la versión de un pionero de la evangelización en Argentina. Don Pablo Besson, quien tradujo “…sobre la tierra paz, a los hombres benevolencia” (equivalente a la versión Reina Valera) y aclaraba que no es correcta la otra traducción.

En un caso el versículo tiene 2 frases y las buenas nuevas están dirigidas solo a los hombres de buena voluntad. En el otro el versículo tiene 3 frases y la buena voluntad del Señor es para todos los hombres, más acorde con el universalismo del evangelio de Lucas. No tenemos elementos para verificar cual traducción es correcta, pero confesamos que nos agrada más la de Reina-Valera que se dirige a todo el mundo sin distinción.

Muchos afirman que la Pascua es la fecha más importante del Cristianismo, pero es evidente que la más trascendente es la Navidad, pues trasciende los límites de las iglesias y de los creyentes. Cuando se acerca la Navidad pareciera que soplara un aire especial, una suerte de espíritu navideño que inunda el ambiente y hace que todos, en mayor o menor grado se acerquen más a Dios. Podrán criticarse muchos festejos de Navidad que distorsionan el espíritu navideño o los excesos que puedan cometerse o que el arbolito sea de origen pagano, pero por doquier se escuchan las clásicas melodías navideñas y los villancicos, se adornan los salones y las casas, se reúnen las familias, se expresan deseos de felicidad.

Es reconfortante la trascendencia que le dan a la Navidad las Iglesias cristianas cuando se escuchan las clásicas canciones navideñas que muchos conocen y se ofrece un mensaje cabalmente navideño. A las iglesias les cabe un papel importante en las celebraciones de Navidad y deben comprender esa predisposición especial de muchos a sumergirse en el espíritu navideño a pesar de no ser verdaderamente creyentes. Como en ningún otro momento la celebración debe centrarse en el nacimiento de Jesús, entonando hermosas himnos navideños y predicando el mensaje de fe, de esperanza, de amor y de paz que proclamaba la multitud de los ejércitos celestiales y que tanto necesita la humanidad.

Mario Hertig

Diciembre de 2010

jueves, 7 de octubre de 2010

Siglo XXI

Cuando comenzó el siglo XXI

Este estudio se inició con un artículo presentado en la revista de APUI de julio de 1998 y en una carta de lectores enviada al diario La Nación que fuera publicada el 1º de agosto de 1999.

A causa de ello recibimos varias sugerencias apoyando diferentes criterios para determinar la iniciación del nuevo siglo, lo que nos indujo a profundizar la cuestión dando motivo al siguiente análisis escrito en octubre de 1999.

Continuamente aparecen notas o cartas de lectores referentes a cuando comienza el siglo XXI y por ende el próximo milenio. La mayor parte de los que analizan este asunto se inclinan por el 1º de enero del año 2001, basándose en el supuesto que no existió el año cero y considerando que los siglos tienen necesariamente 100 años. Sin embargo todo el mundo, incluso los que opinan diferente, piensan celebrar el advenimiento del nuevo siglo al finalizar el año 1999.

Calendario: Los pueblos antiguos contaban los años a partir de eventos especiales o del comienzo del reinado de los reyes. Con ese criterio los romanos se referían a la fundación de Roma (en 753 AC), pero el calendario era muy irregular. Julio César, asesorado por el astrónomo Sosígenes de Alejandría, implantó en el año 46 AC el llamado calendario juliano, estableciendo que el año tenía 12 meses, 365 días y un año bisiesto cada cuatro. Al efecto determinó que el año 46 AC tuviese 445 días, por lo que fue llamado el año de la confusión. El Concilio de Nicea en el año 325 DC adoptó el calendario juliano. Los años se contaban a partir de la coronación del emperador Diocleciano, pero es probable que los primeros cristianos lo hicieran a partir de la resurrección de Jesús.

El monje Dionisio el Exiguo en el año 527 DC estudió el calendario a pedido del papa Juan I, a fin de adaptarlo al cristianismo y en el año 532 DC propuso iniciar la era cristiana a partir de la Anunciación de Jesús que ubicó el 25 de marzo de 753 de la era romana, criterio que adoptaron gradualmente la mayor parte de los países europeos en los siglos VI, VII y VIII, pero comenzando el año a partir del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Finalmente se pasó al 1º de enero probablemente para adaptarlo al calendario juliano vigente, modificando únicamente el año

Dionisio el Exiguo se basó en que el Evangelio según San Lucas menciona que en el año 15 del gobierno del emperador Tiberio Jesús tendría unos 30 años. Análisis posteriores estimaron que Jesús nació aproximadamente en el año 6 AC, considerando especialmente las fechas de la muerte del rey Herodes y del empadronamiento efectuado por Cirenio, gobernador de Siria. Sin embargo el inicio de la era cristiana no se modificó.

En 1582 el papa Gregorio XIII corrigió el calendario (que cada 4 siglos se corría 3 días aproximadamente), quitándole 10 días al mes de octubre (el día 5 de octubre pasó a ser el 15 de octubre) y estableciendo que cada 4 siglos se suprimieran 3 bisiestos (así los años 1700, 1800 y 1900 no fueron bisiestos). Posteriormente se resolvió que los años 4000 y múltiplos de 4000 no fueran bisiestos, pero nunca se hizo referencia al año cero.

Al igual que la reforma de Dionisio el Exiguo, el calendario gregoriano no fue aceptado simultáneamente por todos los países europeos. Solo fue adoptado inmediatamente por Italia, Francia, España y Portugal y gradualmente por otros países como Holanda, Suiza y el sur de Alemania en 1583, Polonia y Hungría en 1586, Dinamarca y norte de Alemania en 1700. Inglaterra en 1752, Japón en 1872, China en 1912, Rusia en 1917 y Grecia en 1923. Estas diferencias pueden producir confusiones en las fechas de los eventos, según los países donde ocurrieron los mismos, como la revolución rusa conocida como la revolución de octubre, pero que para nosotros sucedió el 7 de noviembre.

Siglos anteriores: Los historiadores mencionan que hacia fines del primer milenio existía un temor bastante generalizado sobre la posibilidad de un cataclismo que provocara el fin del mundo, que denominaron “los terrores del año mil”. Esto nos hace suponer que el pueblo consideraba que el primer milenio terminaba en el año 999. Si bien no existía la difusión periodística actual, se sabe que en los comienzos de los siglos XVII, XVIII y XIX se discutía como ahora cuando comenzaba el nuevo siglo.

Antes de la llegada del siglo XX varias universidades norteamericanas y algunos diarios de la época se inclinaron por el 1º de enero de 1901. El gobierno del Gral. Roca dispuso por decreto que el 31 de diciembre de 1900, “ultimo día del siglo XIX”, fuera feriado nacional. Sin embargo, varias naciones europeas festejaron el 1º de enero de 1900 como el inicio del siglo.

No sabemos cual era el pensamiento del pueblo en general y resulta difícil recurrir a los diarios porque eran muy parcos y los principales aceptaban el criterio oficial. Pero el historiador Félix Luna en su Historia General de la Argentina, en el resumen cronológico indica que “A medianoche (del 31/12/1899) Buenos Aires festeja en la Avenida de Mayo la entrada del año 1900” como un acontecimiento especial que no se menciona en otros años.

Imprecisiones: En los argumentos mencionados en los distintos artículos publicados sobre el tema, generalmente no se tiene en cuenta las imprecisiones de los datos considerados.

Al margen de analizar si existió o no el año cero, deberíamos saber que criterio utilizaron quienes ensamblaron los calendarios cristiano y juliano y determinaron en el nuevo calendario los años en que ocurrieron los eventos anteriores a la era cristiana. No sabemos con certeza cual fue el criterio adoptado por Dionisio el Exiguo, con año cero o sin él, tampoco conocemos el criterio que usaron los historiadores que tuvieron que fechar dichos eventos y si se utilizó siempre el mismo criterio. En cualquier caso no conocemos ningún evento ocurrido en el año cero.

Dionisio el Exiguo presentó su propuesta según algunos en el año 527 y según otros en 532. Sin embargo el papa Juan I, que le había encomendado la confección del nuevo calendario, fue papa entre los años 523 y 526. Claro que esta discrepancia podría indicar que transcurrieron algunos años hasta que se aprobó el estudio.

Según la enciclopedia Sopena el emperador Augusto nació en 63 AC y murió en 14 DC a la edad de 76 años. Si sumamos 63 + 14 = 77 años notamos que la edad de 76 años es compatible con la existencia del año cero y sin ella, según si cumplía años antes o después del día de su muerte. La misma enciclopedia indica que el emperador Tiberio nació en el año 42 AC y se retiró a Capri en 26 DC a los 69 años. Si sumamos 26 + 42 = 68 años, la edad de 69 años no concuerda con ninguno de los dos criterios, pero si consideramos la existencia del año cero, el error se reduce a un año.

Argumentos a favor de un calendario sin año cero: Quienes sostienen esta posición se basan en que el número cero, ideado probablemente por el matemático hindú Brahmagupta en el siglo VII, fue introducido en Europa por los árabes y adoptado por el italiano Leonardo de Pisa conocido como Fibonacci alrededor del año 1200. Sin embargo el concepto de cero como nulidad o como principio debe haber existido desde tiempos inmemoriales. Lo que introdujeron los árabes fue el signo cero y la numeración decimal posicional, donde para pasar de unidades a decenas o centenas se agregan ceros a la derecha.

El argumento de que las matemáticas apoyan este argumento no es totalmente válido porque cuando hay un antes y un después de un evento expresados con números negativos y positivos, matemáticamente no se puede prescindir del cero. Si eliminamos el año cero, la cantidad de años transcurridos entre dos sucesos en eras distintas no es igual a la diferencia entre los años respectivos. Por ejemplo, no existiendo el año cero, entre los años 2 AC y 3 DC pasan 4 años, pero 3 - (-2) = 3 + 2 = 5.

Por eso en la enciclopedia Espasa Calpe, que se inclina por un calendario cronológico sin año cero, menciona otro calendario, el astronómico con año cero, que permite calcular por una simple resta los años transcurridos entre dos hechos sucedidos en eras distintas. Ambos calendarios coinciden en la era cristiana, pero difieren en un año en la era anterior. Así al año cronológico 305 AC corresponde el año astronómico -304

Argumentos a favor de un calendario con año cero: Quienes proponen esta alternativa parten de la base de que desde tiempos antiguos se tenía el concepto de cero como nulidad o como principio, como mencionado anteriormente.

El argumento más interesante que encontramos es el que considera que Dionisio el Exiguo, con profundos conocimientos en la materia, descubrió que la fecha de la Pascua se repetía cada 532 años, en el mismo día y con la misma secuencia, resultado de la combinación de los ciclos lunares de 19 años y solares de 28 años, dado que 19 x 28 = 532 (válido para el calendario juliano que regía en esa época, sin las correcciones del calendario gregoriano), Al establecer Dionisio que el segundo ciclo pascual de dicha cronología se iniciaba en 532 DC, retrotraía los comienzos del ciclo pascual y del calendario cristiano al año cero.

Otros hacen hincapié en que la edad de un bebé se cuenta por meses y recién se dice que tiene un año cuando entra en el segundo año de vida, Su primer año de vida sería su año cero. Si las semanas y meses se cuentan a partir del número uno, los años, al igual que las horas, comenzarían en cero.

Los números áureos expresan el número de años en que el año de una fecha excede al de ciclos lunares justos (igual a 19 años) contados desde el primer año de la era cristiana. Según la enciclopedia Sopena, en los números áureos se adjudica el número 1 al año cero de la era cristiana. Pero es posible que esto se deba a que los números áureos se refieren a eventos astronómicos.

Argumento que prescinde de la existencia del año cero: En nuestra cultura el cero se presenta como el inicio natural de décadas, centurias y milenios. En muchas ocasiones en la misma página de un periódico donde se publicaba un artículo indicando que el nuevo siglo comenzaría en el año 2001, aparecía una noticia referente a la finalización del siglo, indicando “a fines de 1999” u otra expresión similar.

Con el mismo criterio nos inclinamos a ubicar la celebración del centenario el 25 de mayo de de 1910 en la década del 10 o del año del Libertador 1950 en la década del 50

Es decir que al margen de aceptar o negar la existencia del año cero, hay una tendencia generalizada en la mayor parte de la gente y del mundo de considerar que el próximo siglo y el próximo milenio comenzarán el 1º de enero de 2000.

Conciliación de criterios: Frente a las dudas e imprecisiones indicadas, los distintos argumentos presentados podrían conciliarse si quienes niegan la existencia del año cero aceptaran que el primer siglo tuvo solo 99 años y los restantes 100. En esta forma, aun sin año cero, los siglos y milenios comenzarían en cero y concordarían con el pensamiento de la gente en general.

A quien le cueste aceptar que un siglo tenga 99 años, recuerde que el año 46 AC tuvo 445 días, que el año 1582 tuvo solo 355 días y que el calendario gregoriano tardó más de 3 siglos en ser aceptado en toda Europa, provocando dualidades en las fechas..

Cualesquiera sean los argumentos que se esgriman o la convención que se adopte, lo cierto es que la gente, los medios y el mundo entero ya han dado su veredicto y todos celebrarán el advenimiento del siglo XXI y del tercer milenio el 31 de diciembre de 1999 a medianoche.

Mario A. Hertig

Hertig@ciudad.com.ar

Octubre de 1999

lunes, 23 de agosto de 2010

Redistribución de las rentas


En los textos de economía se suele considerar que los factores productivos se clasifican de acuerdo a sus retribuciones en 4 grupos a saber: Tierra, Trabajo, Capital y Empresa, siendo sus remuneraciones la renta, el salario, el interés y el beneficio. En el rubro Trabajo se incluye a todas las personas que efectúen alguna actividad, sean obreros, empleados, directivos e incluso empresarios, en la medida que efectúen un trabajo y a su retribución se la denomina genéricamente salario. Al Capital le corresponde una remuneración llamada interés y la Empresa recibe una retribución denominada beneficio, que depende fundamentalmente del riesgo que asume el empresario. Por último tenemos el factor Tierra (libre de las mejoras realizadas por el hombre, que deben asimilarse a Capital) que en realidad es un don de la naturaleza, anterior a la actividad humana. La retribución que el propietario recibe por su tenencia (no por su trabajo, inversiones o riesgo), recibe el nombre de renta económica, que no debe confundirse con la acepción corriente de renta como producto de inversiones.

El pueblo judío, aproximadamente en el año 1300 AC, sale de Egipto y luego del éxodo por el desierto, conquista el territorio de Israel y reparte las tierras entre todo el pueblo. Como considera que la tierra es un don de Dios y en aras de evitar que se especule con la misma, establece el jubileo, que obligaba a devolver la tierra a su primitivo dueño o a sus herederos cada 50 años, según consta en la Biblia, en el libro Levítico, capítulo 25. Si bien no sabemos hasta que punto se cumplió esta regla, nos llama la atención que la propiedad de la tierra fuera privada (no comunitaria) y que se permitieran las transacciones entre los bienes en general, pero que se le diera un tratamiento especial a la tierra, a fin de evitar su acumulación en pocas manos, basándose en que la misma es un don de Dios.

Los fisiócratas, economistas liberales de la época de Luis XVI liderados por Quesney, consideraron que la tierra producía un excedente que denominaron “produit net” y estimaron que era el único factor al que se le debía aplicar impuestos. El economista inglés David Ricardo estudió en 1815 lo que denominó “renta diferencial” al considerar la diferencia de productividad de dos parcelas de tierra trabajadas en las mismas condiciones. Un ligero análisis nos muestra que aun considerando una única parcela aparece la renta. Un arrendatario, trabajando eficientemente una parcela, obtiene un ingreso que considera razonable para sí, más un plus que le permite abonar el arrendamiento. El valor del arrendamiento equivale a la renta de dicha parcela, que es distinta del interés del capital. El interés que reditúa un capital dado es igual a:

Interés = Capital x tasa de interés del mercado.

En cambio la tierra (libre de mejoras) no tiene un valor en si misma, pero su productividad y ubicación generan una renta que le permite al dueño capitalizarla a la tasa de interés del mercado y determinar su valor de venta. O sea que la renta obtenida es el dato y el valor de la parcela el resultado; La fórmula será ahora:

Valor tierra = Renta / tasa interés.

Si se aplica a la tierra un impuesto que absorba gran parte de la renta, el valor de la misma tenderá a disminuir considerablemente y se hará más accesible al campesino capaz, pero de poco recursos. Igualmente promoverá la venta de latifundios improductivos que se tornarán antieconómicos. La redistribución de tierras se lograría así sin expropiaciones o confiscaciones y se orientaría automáticamente hacia los productores más eficientes, aumentando la productividad del agro. Lógicamente este proceso se debería implementar progresivamente, pero “sin prisa y sin pausa como la estrella” de modo que las modificaciones patrimoniales pasen desapercibidas y solo adquieran magnitud con el transcurso del tiempo.

Economistas posteriores extendieron el concepto a las rentas derivadas de la ubicación, mejoras de infraestructura, urbanización, etc. Hacia 1880, el economista norteamericano Henry George propuso el impuesto único a la tierra libre de mejoras, a fin de absorber las renta y cubrir con ellas las necesidades del Estado, creando el movimiento georgista, de gran difusión en su momento. En nuestro país aunque con una finalidad distinta, Rivadavia implementó la enfiteusis cediendo tierras fiscales mediante el pago de un canon adecuado. El sistema se acercaba al impuesto a la renta de la tierra, pero fue desvirtuado por la disminución del canon y la entrega de tierras ganadas al indio y hacia 1860 desapareció.

Hoy se acepta que otras actividades reciben por razones especiales una mayor retribución que la corriente como en los casos de los monopolios, demandas extraordinarias, ganancias eventuales, mejoras de infraestructura, aptitudes especiales requeridas por la sociedad, etc. En general la renta aparece cuando el aumento de la demanda no puede ser satisfecho porque la oferta es inelástica (escasa). En realidad todos los factores productivos pueden recibir, en determinadas circunstancias, un plus similar a la renta de la tierra, que pueden capitalizar en la medida que la renta sea más o menos permanente.

Muchos economistas definen la renta como “el exceso de remuneración recibida por un factor por encima de lo necesario para mantenerlo en servicio”. Es decir por encima de lo que el propio factor admitiría como retribución razonable, si no se dieran las circunstancias especiales del mercado. Aceptando que la renta sea una retribución distinta del interés o del beneficio, la cuestión es determinar a quien le corresponde la misma

En un sistema comunista puro, el individuo recibe únicamente su salario, y los intereses, beneficios y rentas, considerados como plus valía, son apropiados por el Estado. En una economía dirigida, más o menos socializada, la retribución de los factores se modifica porque el Estado redistribuye sus remuneraciones con un cierto criterio social. La economía liberal clásica en cambio considera legítimo que los productores e inversores se apropien de los intereses, beneficios y rentas, aunque le preocupe los conflictos producidos por las grandes diferencias sociales.

Sin embargo, si definimos como economía liberal aquella cuyo marco jurídico garantiza una amplia libertad, con pocas regulaciones, simples y generales (no particulares o discriminatorias), podría incluir un sistema donde los factores productivos reciben libremente el producto de su actividad, sea salario, interés o beneficio, pero no las rentas que no necesariamente les corresponden.

Siendo las rentas excesos de remuneraciones recibidos por algunos factores, (sea la renta de la tierra libre de mejoras, las ganancias extraordinarias, la obtenida por un artista destacado, etc.), que se deben fundamentalmente a una valoración social, ese mayor valor pertenecería a la Sociedad y se justificaría su absorción por medio de impuestos, para posteriormente redistribuirlos en programes sociales de educación, vivienda o salud.

Siguiendo la tendencia de los países más avanzados, deberían disminuirse los impuestos indirectos (IVA, ingresos brutos, aduaneros) que son regresivos por transmitirse igualmente a todos los consumidores. En cambio deben incrementarse los impuestos directos (ganancias, bienes personales, renta potencial de la tierra) que tienden a absorber las rentas que reciben las clases de mayor nivel económico

Aplicando el producto de las rentas a programas sociales en beneficio de personas o de regiones de menores ingresos y utilizando reglas simples y generales propias del liberalismo, se podría conjugar un capitalismo liberal con una suerte de socialismo impositivo, donde se combinen eficiencia y equidad social. Muchos países europeos, sobretodo los nórdicos han avanzado en ese sentido.

Pero más allá de la solidaridad de los grupos comunitarios de ayuda, cuya obra es muy loable o la obligación del Estado de proteger a los más necesitados, existe un derecho de las clases o regiones de menor nivel económico de participar en la distribución de las rentas, dado que ellos contribuyen al incremento de la demanda que genera la renta. Con ese criterio se podría agregar al concepto de “Redistribución de los ingresos” el de “Reintegro de las rentas” No se trataría ya de ayudar al necesitado por solidaridad o equidad social sino de restituirle lo que por derecho le corresponde.

Mario A. Hertig

Hertig@ciudad.com.ar

Julio de 2008

martes, 10 de agosto de 2010

Jubilaciones II

Últimamente en el Congreso Nacional se inició el debate sobre las jubilaciones, expresándose el deseo de actualizarlas abonando el 82 % e indexando automáticamente los valores con el índice de inflación, pero surgen dudas sobre las posibilidades reales de abonar dichos montos con los recursos propios de Anses, sin apelar a rentas generales.

Aunque se utilizaran los fondos actuales de Anses únicamente para abonar jubilaciones y se pagaran jubilaciones a quienes no hicieron los aportes necesarios con fondos de rentas generales, la ecuación jubilatoria no cerraría con los parámetros actuales.

Es posible que sea políticamente inconveniente, pero no quedaría más remedio que ir modificando algunas de las variables que mencionamos en nuestro artículo anterior, como ser aumentar paulatinamente la edad jubilatoria a 70 años y exigir 40 años de aportes, claro está que estas variaciones deberían realizarse por etapas y considerando las situaciones especiales.

El aumento de los aportes patronales podría traer consecuencias negativas para la economía y el de los aportes personales implicaría una rebaja de los sueldos. En cambio es un hecho que la perspectiva de vida ha aumentado en los últimos años y una persona sana puede trabajar perfectamente hasta los 70 años, sobre todo en su especialidad y no hay razones para limitar los aportes a 30 años. Modificando progresivamente tanto la edad de jubilación como los años de aportes, es posible que se pueda llegar a un equilibrio entre ingresos y egresos de Anses que garantice el pago del 82 % que se desea y que se indexe automáticamente el valor con el índice de inflación.

Mario A. Hertig

hertig@ciudad.com.ar

Julio de 2010

domingo, 1 de agosto de 2010

De capítulos y versículos

La Biblia fue escrita originalmente en 2 idiomas, el Antiguo Testamento en hebreo (salvo algunos cortos pasajes en caldeo) y el Nuevo Testamento en griego. Se trataba de manuscritos, generalmente rollos de papiro escritos en forma corrida, prácticamente sin divisiones. Si bien no existen manuscritos originales se han encontrado miles de copias cuidadosamente realizadas, que debidamente cotejadas permiten conocer los textos originales. En un principio se los denominaba como las Escrituras y solo siglos después comenzó a denominársela como la Biblia, término proveniente del griego “biblion” que significaba libro.

Los manuscritos hebreos más antiguos del Antiguo Testamento conocidos son del siglo VIII DC y los griegos del Nuevo Testamento del IV DC. La Versión de los Setenta del Antiguo Testamento existente (que fue traducida al griego hacia el año 277 AC) es del siglo IV DC. Entre los manuscritos más antiguos podemos mencionar el Códice Vaticano, el Códice Sinaítico y el Códice Alejandrino. La Vulgata fue traducida por San Jerónimo al latín vulgar alrededor de 382 DC, y adoptada por el Concilio de Trento en 1546 como la versión oficial de la Iglesia Católica. El descubrimiento de los rollos del Mar Muerto en Qumram permitió tener la mayor parte del Antiguo Testamento, salvo el libro de Ester, en manuscritos del siglo II AC.

La Biblia en castellano más antigua que se conserva, anterior a la invención de la imprenta, es la Biblia Alfonsina traducida hacia 1260 por orden de Alfonso el Sabio, pero no tuvo mayor difusión. En 1543 aparece el Nuevo Testamento traducido por Francisco de Encinas, en 1556 el Nuevo Testamento traducido por Juan Pérez y finalmente en 1569 la Biblia del Oso de Casiodoro de Reina, que fue la primera Biblia completa impresa en castellano. Esta Biblia fue revisada por Cipriano de Valera, dando origen en 1602 a la Versión Reina-Valera, la única utilizada por los evangélicos de habla castellana durante muchos años.

Como se hacía difícil encontrar determinados pasajes Esteban Laugton (que llegó a ser arzobispo de Canterburry), en 1226 procedió a dividir los libros de la Biblia en capítulos. Gutemberg inventor de la imprenta, luego de imprimir el Misal de Constanza en 1449, publicó la Vulgata en 1456. La Biblia traducida por Lutero al alemán en 1530 estaba dividida solo en capítulos. Posteriormente el editor Robert Estiennes (influenciado por los estudiosos judíos llamados masoretas que dividían ya en los siglos IX y X el texto hebreo del Antiguo Testamento) en 1551 dividió la Biblia en capítulos y versículos. La primera Biblia impresa con capítulos y versículos fue la llamada Biblia de Ginebra publicada en Suiza en idioma inglés en 1560, en la que intervinieron Calvino y Knox. Pronto todas las traducciones de la Biblia aceptaron estas divisiones, que perduran hasta hoy.

La Biblia (sin incluir los libros deuterocanónicos), consta de 66 libros, 39 en el Antiguo Testamento y 27 en el Nuevo. En total tiene 1189 capítulos, 929 en el Antiguo y 260 en el Nuevo Testamento, siendo el más corto el Salmo 117 con 2 versículos y el más largo el Salmo 119 con 176 versículos. Entre ambos se encuentra el salmo 118, que según algunos es el capítulo central de la Biblia. El total de versículos seria de 31.103, 23.145 en el Antiguo y 7.958 en el Nuevo Testamento (Estos valores pueden variar ligeramente `porque algunos versículos como Mateo 17:21 o 18:10 no se encuentran en todas las versiones).

El versículo central de la Biblia sería Salmo 118:9, cuyo número curiosamente coincide con el total de capítulos o sea 1189 y según versiones circulantes por Internet, estaría situado en el capítulo central de la Biblia el Salmo 118. Se trataría de una coincidencia extraordinaria, pero es fácil verificar en cualquiera de las versiones de la Biblia, que el capítulo central, o sea el capitulo número 595, es el Salmo 117 y no el 118. No sabemos a que se debe esa discrepancia, de cualquier modo la coincidencia permanece parcialmente entre el versículo central de la Biblia, Salmo 118:9 y el número total de capítulos 1189.

Sin embargo lo notable es el contenido de dicho versículo: Es mejor confiar en el Señor que confiar en los poderosos, que es uno de los mensajes centrales de la Biblia. Podría argumentarse que es más importante presentar el evangelio redentor de Jesús, en el cántico celestial anunciando al mundo la buena voluntad de Dios para con los hombres en Lucas 2:14, en la síntesis que representa Juan 3:16, Porque de tal manera amo Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en el cree, no se pierda, más tenga vida eterna, o en la carta de Pablo en Efesios 2:8 Por gracia sois salvos por la fe, sin olvidar el Sermón del Monte y muchos otros versículos trascendentes.

Pero el hecho es que el Antiguo Testamento es más extenso que el Nuevo y por lo tanto el medio de la Biblia está en el Antiguo. Y el espíritu que campea en la mayor parte del Antiguo Testamento es precisamente la Confianza que el hombre debe poner en Dios, tal como lo expresa Salmo 118:9.

Mario A. Hertig

Hertig@ciudad.com.ar

Julio de 2010

viernes, 23 de julio de 2010

Reflexiones sobre el Matrimonio


La Real Academia Española define al matrimonio como “Unión de un hombre y una mujer conformada mediante determinados ritos o formalidades legales” El diccionario Salvat expresa: “Institución social por la que un hombre y una mujer se unen al objeto de constituir una familia - Contrato bilateral entre dos personas de diferente sexo, encaminado a establecer una comunidad de vida – Sacramento instituido para establecer la unión permanente entre hombre y mujer”

El diccionario Sopena dice más o menos lo mismo, agregando casos especiales como matrimonio canónico, civil, morganático y otros y luego se refiere al matrimonio entre los hebreos, griegos, romanos, germanos y cristianos, pero no menciona en absoluto la homosexualidad. En las sociedades antiguas en general encontramos referencias a la homosexualidad, pero no ligadas al matrimonio.

La Biblia expresa “El hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su esposa y los dos llegan a ser como una sola persona” (Gn. 2,24). En el Nuevo Testamento encontramos la misma frase dicha por Jesús en los Evangelios (Mt. 19,5 y Mc. 10,7-8) y por Pablo en su carta a los efesios (Ef. 5,31). Solón, el gran legislador de Grecia, definió el matrimonio como ”una sociedad intima entre un hombre y una mujer cuyo fin es formar una nueva familia, disfrutando ambos de un cariño recíproco”

Podrá parecer una cuestión semántica, pero cada palabra tiene su significado y matrimonio es la unión de un hombre y una mujer para formar una familia, Cualquier otro tipo de unión debe utilizar otra expresión como sería unión civil.

En el pasado reciente la moral estaba en cierto modo disociada. La sociedad no admitía oficialmente las películas eróticas, las malas palabras, las vestimentas audaces y padres e hijos solo hablaban elípticamente de cuestiones sexuales, pero la realidad era diferente. Por eso se decía que era pacata o hipócrita. Hoy la sociedad se pasó de revoluciones, de las prohibiciones a la permisividad total y ya no sabe que hacer para parecer más avanzada. Se introdujeron las malas palabras y las películas subidas de tono en los medios, la televisión no tiene límites y así todo ¿Por qué no avanzar con el orgullo gay y el matrimonio homosexual?

Una ley promoviendo la unión civil con los mismos derechos que los que tiene el matrimonio (excepto la adopción que merece un estudio mucho más profundo), pero sin la utilización de las palabras clásicas como matrimonio, cónyuges o contrayentes, hubiera sido una solución más adecuada porque otorgaba los derechos legales a que aspiraban, pero sin lesionar el concepto de matrimonio o de familia. Se habría apelado a una diferencia que los homosexuales aceptaron al proclamar el orgullo gay, pero no discriminado legalmente.

Todos los derechos tienen sus limitaciones, en el caso del matrimonio el sexo de los contrayentes, la edad, la eventual consanguineidad o el número de personas y con ese criterio no se admiten las uniones incestuosas o poligámicas. La unión civil podría tener limitaciones diferentes lo cual no implica discriminación.

Aunque aparentemente el matrimonio homosexual no afecta a las demás personas, contribuye al deterioro del concepto de familia que se observa en los últimos tiempos. La familia es uno de los pilares fundamentales de una Sociedad bien constituida y sería deseable que se buscara la forma de fortalecerla.

Mario A. Hertig

Hertig@ciudad.com.ar

Julio de 2010